RICHARD FLEISCHER Y EL CINE NEGRO DE SERIE B (BODYGUARD y ASALTO AL FURGÓN BLINDADO)
por Antonio José Navarro


Manga Films continua su encomiable recuperación en DVD de los films policiacos dirigidos en los años cuarenta por Richard Fleischer, que ya empezaban a perfilar los méritos artísticos de este realizador quien, décadas mas tarde, se convertiría en el autor de títulos tan extraordinarios como Los vikingos, El estrangulador de Boston o Mandingo.

1. Quizá sea demasiado simple reducir los films noirs rodados por Richard Fleischer entre 1948 y 1951 a la condición de meros ejercicios de aprendizaje. Efectivamente, si faltan ideas más profundas al respecto, parte de la culpa será atribuible a esa crítica tout court que todavía se siente incómoda ante trabajos como Bodyguard o Asalto al furgón blindado, los cuales no se amoldan a sus cuadriculados esquemas mentales. Según esa crítica, o se es un autor – un creador que transforma en cine su visión del mundo, definiéndose el cine como algo que carece de valor si no constituye un acto extremo encaminado a precisar dicha visión del mundo –, o se es un artesano – profesional definido únicamente por su pasmoso dominio técnico a la hora de contar/ilustrar una historia. No obstante, al menos en el caso de Fleischer, su condición híbrida ha sido siempre, a lo largo de toda su carrera, un signo identitario de primer orden, tanto para lo bueno como para lo malo – cf. El estrangulador de Rillington Place (10 Rillington Place, 1971), El Don ha muerto (The Don Is Dead, 1973).

De esta compleja arquitectura artística emerge, con una audacia de lenguaje poco habitual, y apenas encubierta por una sutileza defensiva que evita la temeridad, un estilo que ya empieza a perfilarse en Bodyguard y Asalto al furgón blindado – al igual que en The Clay Pigeon o Follow Me Quietly –, y mediante el cual, parafraseando a José María Latorre, el cineasta estadounidense consigue ser reconocible por una peculiaridad visual y una obsesión (complementaria): la crispación de sus encuadres – Fleischer es uno de los escasos realizadores « clásicos » que ve sus películas a través del visor de la cámara – y sus constantes replanteamientos de asuntos como la violencia y la anormalidad[1]. Esto es bien palpable en la primeriza Bodyguard, concretamente en la secuencia en que el protagonista, Mike Carter (Lawrence Tierney) – un policía individualista, rebelde y de tics facistoides –, se encara violentamente a su despótico superior, el teniente Borden (Frank Fenton): Fleischer amplifica la tensión entre ambos mediante una agresiva aproximación de la cámara a sus rostros que concluye en un primerísimo primer plano muy cerrado, el cual recoge de manera exacerbada sus miradas de odio... Y no menos evidente resulta en la secuencia final, durante la pelea de Carter con el villano de la función, Freddie Dysen (Phillip Reed), en las instalaciones de la factoría envasadora de carne: con anterioridad, Fleischer ha tenido el cuidado de insertar un plano de detalle el funcionamiento de una gran sierra mecánica, capaz de trocear sin problemas grandes pedazos de vacuno – evocándonos, de paso, el atroz final que encontró el inspector de sanidad decidido a desenmascarar el fraude cometido por Dysen –, para así provocarnos una hormigueante sensación de inquietud mientras, a su alrededor, los dos hombres combaten con extrema rudeza – cf. el instante en que el malhechor le lanza a Carter una cadena repleta de garfios de carnicero.

2. Exponentes del cine de Serie B bien fait, elaborado con convicción y un sentimiento creativo orgánicamente bien modelado, Bodyguard y Asalto al furgón blindado llaman la atención, por encima de otros productos similares, a causa su inusual fuerza, derivada de la posición de Richard Fleischer dentro de los estudios R.K.O. Según explicaba, « (...) tuve mucha suerte porque el jefe de esta unidad [de serie B], Sid Rogell, un hombre muy duro, decidió tomar-me como su “protégé”. Gracias a esto pude asistir a las reuniones que tenían lugar en su despacho para discutir con los guionistas, confeccionar los presupuestos, etc. Él fue quien me enseñó cómo hacer películas baratas, de forma rápida y sin tener que perder, por ello, calidad. Era un hombre duro, rudo en ocasiones, pero sin él me hubiera perdido en Hollywood. En realidad, nunca me asignó películas con presupuestos realmente bajos, sino que por mi experiencia anterior siempre me adjudicaron proyectos que, en mi opinión, tenían cierta calidad » [2]. Pero hay otro elemento importante, ya ostensible en Bodyguard – y, sobre todo, en Asalto al furgón blindado –, que concreta más que ningún otro la voluntad de estilo del cineasta aun en aquellos tiempos de búsqueda, de experimentación – y de aprendizaje, sí, pero en torno al funcionamiento de la industria hollywoodiense. Un elemento fundamental en el momento de configurar una autoría tan esquiva y oscilante como la de Fleischer, y que ya ha pasado de moda para los más acomodaticios cerebros de la crítica « moderna ». Se trata de esa voluntad de transmitir un grado de emoción independiente de la historia, por medio de la puesta en escena, del ángulo de cámara escogido, de la relación física de los actores en la pantalla.

Semejante peculiaridad estética es la que desmarca a Asalto al furgón blindado de otras películas análogas. La realidad del mundo, a través de un tratamiento estilístico áspero, repleto de crudos contrastes de sombras, de movimientos bruscos e implacable doblez moral, se presenta a nuestros ojos múltiple, espinosa, en estratos apretadamente superpuestos. Lo que cuenta para Fleischer – y para el espectador – es el abisal atractivo de ir desvelando sus diferentes sentimientos y ambivalentes significaciones. Del breve fragmento documental del inicio – donde vemos cómo se tramita un aviso telefónico dentro del departamento de policía de Los Ángeles – saltamos de manera rauda al plano en agudo contrapicado de Dave Purvis (William Talman) – encuadrado junto el reloj que corona la torre del estadio –, controlando el tiempo que tardan en llegar los agentes de la ley al lugar y, de este modo, afinar sus planes de robo; de la neurótica fijación de Purvis « por no dejar ningún cabo suelto » – jamás toma notas, arranca las etiquetas a las camisas que viste, se lleva consigo la cortinilla donde dibujó los detalles del atraco; asesina a su socio, « Benny » McBride (Douglas Fowley), porque ha sido herido durante el golpe y podría convertirse en un « problema » si es capturado por la policía –, contemplamos la tremenda ferocidad con que el teniente Jim Cordell (Charles McGraw) hostiga a los matones, impelido por la venganza más que por la justicia – su compañero, el teniente Phillips (James Flavin), ha muerto durante el tiroteo con los asaltantes –; de la insensata pasión de « Benny » McBride por su esposa, la stripper Yvonne LeDoux (Adele Jergens), cuya avaricia y amor por el lujo le llevan a liarse con Purvis, nos deslizamos en el dolor de la viuda de Phillips – cuya breve y entrecortada conversación con Cordell en el hospital es uno de los instantes más violentos, desde una perspectiva emocional, de la película... Son los matices del verdadero pathos de Asalto al furgón blindado: la lucha por llevar hasta límites inhumanos la conciencia técnica, pragmática, que alienta el trabajo de ladrones y policías, mientras observamos el vacío moral que se abre debajo de ella como un abismo insondable.

3. Tanto en Bodyguard como en Asalto al furgón blindado existe una clara voluntad de cambio en el cine negro, una potente cupio dissolvi del género, o lo que es lo mismo, un deseo de desmoronamiento de sus convenciones, que van desde esa visión chandleriana (cínica, crítica) de las clases burguesas/capitalistas norteamericanas a un bárbaro juego del gato y el ratón entre hampones y policías que embrutece a todos por igual. Los detectives son violentos y venales, los desperados son desalmados y codiciosos y carecen de cualquier aliento romántico, las calles ya no son seguras ni de día ni de noche, el mundo puede ser un lugar inestable, hostil, y las personas que lo pueblan, mezquinas, sádicas, caprichosas o dementes. Pero no se trata de un impulso personal de Fleischer, sino de una acción cultural colectiva en la que el realizador se sintió plenamente integrado. « Quién sabe cuáles son las fuerzas en la sociedad que instigan estos cambios? (...) – declaraba el cineasta. Había también un enfoque mucho más realista de la realización cinematográfica y del tipo de héroes que estábamos acostumbrados a ver con anterioridad (...) no eran simplemente caballeros de brillante armadura, limpios y sin tachas. Éstos sentían otras emociones y tenían otras metas. Y también parecía haber más interés por la parte vulnerable de la sociedad, por los rincones oscuros de los callejones de barrios populares en que nos estábamos metiendo y explorando, por esas avenidas que hasta entonces habían sido realmente más o menos evitadas (...) Nos metimos en el asunto de hacer historias más duras y realistas, con giros inteligentes en su argumento. Las cosas no eran nunca como parecían, siempre [había] una sorpresa (...) Éste no es un detective, es un asesino; y esto no es un asesino, es un detective » [3]. Y ahí están Bodyguard y Asalto al furgón blindado para probarlo.


Notas:


[1] Richard Fleischer, por José María Latorre. « Dirigido por ... » n.° 49, 1977. Págs. 20-36.

[2] Declaraciones extraídas del libro « El cine negro de la R.K.O. En el corazón de las tinieblas », por Gonzalo M. Pavés. T&B Editores, 2003. Pág. 90.

[3] Op. cit. 1. Pág. 349-350.


(Dirigido por... n.º 358, julio-agosto de 2006, pp. 70-71)

 

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