HISTORIAS SIN HISTORIA
Por eso, carabelitas,
oíd, si podéis, consejo;
No hagáis historia, que solo
lo que está escrito está hecho,
hecho.
— Chicho Sánchez Ferlosio
Historia de una ciudad contra la Historia
Hay en Faccia a faccia un lugar llamado Piedra de Fuego, una ciudad oculta entre montes de granito donde viven los restos del salvaje oeste, de la romántica frontera, si es que la frontera alguna vez fue romántica.
Piedra de Fuego es como la Isla de la Tortuga en las historias de piratas, el lugar escondido al que vuelven los héroes en activo, el lugar en el que beben las viejas leyendas, un lugar con sus propias reglas que, al menos a primera vista, parece un lugar lleno de gente viva, libre y feliz.
Nunca vi gente más bella, dice, al poco de descubrirla, Brett Fletcher, un antiguo profesor de Historia.
Un lugar lleno de cazadores sin búfalos, vaqueros sin vacas, buscadores de oro sin oro, le dicen.
Un lugar habitado por fantasmas, refugio de aquellos que se resisten a aceptar el progreso, de aquellos que se resisten a aceptar la realidad, un lugar, en fin, como soñado por un niño, un lugar del que, al terminar la película, no quedará nada, ni fantasmas, un lugar arrasado, un lugar que, como se suele decir, ya es Historia.
Pero es que Piedra de Fuego, con su nombre casi prehistórico, era un lugar muy frágil, era apenas una ilusión, un lugar que solo podía sobrevivir manteniéndose por debajo del umbral de la Historia.
Bien lo sabían, ya fuera por instinto o por falta de imaginación, los bandidos que allí se refugiaban, bandidos que daban golpes por debajo del umbral de la Historia, golpes que provocaban como represalia la caza de la cabeza del bandido, no la destrucción de todo su mundo.
Piedra de Fuego era un lugar fantasma y que necesitaba seguir siendo fantasma para sobrevivir, un lugar incapaz de resistir al paso de un antiguo profesor de Historia, de alguien dispuesto, tras años de leerla y de enseñarla, a hacerla.
Brett Fletcher descubre Piedra de Fuego con la mirada admirativa de un niño que hubiese leído muchos libros de aventuras, visto muchas películas del Oeste, y que de pronto se encontrase en la realidad con esos mundos que parecían de ficción.
Pero, a pesar de todo, Fletcher no es un niño, así que sobreactúa un poco esa admiración, juega a admirar a un viejo bandido que allí vive, un fantasma de lo que fue, Rusty Rogers, a ese viejo acabado le inventa una leyenda en el mundo exterior, un temor y admiración por su nombre.
Y, como el renombre de un forajido no tiene mejor medida que la recompensa que por él se pide, Brett Fletcher se inventa un precio para la cabeza del viejo Rusty Rogers.
Y el viejo Rusty Rogers se alegra.
Y Brett Fletcher se alegra de alegrar al viejo Rusty Rogers.
Pero más tarde, cuando la admiración de Brett Fletcher por la libertad de Piedra de Fuego se haya convertido en voluntad de rentabilizar al máximo esa libertad, de hacerla rendir económicamente todo lo posible, con golpes mucho más rentables que los anteriores, entonces volveremos a ver al viejo Rusty Rogers, empujado por uno de los capataces de Fletcher que le reprocha su vagancia y le manda a trabajar, sin que sepamos muy bien qué trabajo puede ser ese, no importa, lo que importa es estar trabajando, el viejo Rusty Rogers, como toda la ciudad, tiene que trabajar.
Sin que los fantasmas se diesen cuenta ese progreso del que se escondían ha entrado en la ciudad y la última vez que vemos a Rusty Rogers está agonizando con una bala en el vientre, muriendo al mismo tiempo que muere la ciudad de Piedra de Fuego, porque los fantasmas también mueren.
Historia de dos corazones y una cabeza
Al final de Faccia a faccia hay tres hombres en el desierto: Brett Fletcher, ‘Beauregard’ Bennet y Charley A. Siringo.
Estos tres hombres que ya estuvieron antes así, solos entre ellos, en una cabaña en el monte.
Desde entonces ha pasado el tiempo, han pasado muchas cosas, muchos giros del destino, y ninguno de ellos es ya el que era, y ninguno de ellos actuará como lo habría hecho antes, porque Faccia a faccia es sobre todo la historia de tres hombres que por haberse conocido cambian, para bien y para mal demuestran que los encuentros no son en vano, que uno puede cambiar y puede ser cambiado.
La película parece ser, más que nada, la historia del encuentro azaroso entre Brett Fletcher y ‘Beauregard’ Bennet, el profesor de Historia del Este y el bandido del Oeste, dos visiones del mundo opuestas que se van acercando.
Si hubiese que dibujar el esquema de la película podría ser como una cruz, dos líneas que se cruzan en un punto, cuando se encuentran del todo las visiones del mundo de Fletcher y de Bennet, y que después vuelven a separarse, vuelven a hacerse cada vez más diferentes.
Brett Fletcher se educó leyendo, ‘Beauregard’ Bennet se educó desenfundando y disparando cada día, y Fletcher le dice que si ese tiempo lo hubiese pasado leyendo, si hubiese ejercitado su cerebro en el pensamiento, en vez de su mano en el disparo, su vida habría sido diferente.
Uno puede preguntarse si Fletcher no se equivoca un poco creyendo que todo leer es el leer de los libros, quizás haya otro leer, el del monte, por ejemplo, el de la ciudad del Oeste, el de los signos de peligro y los signos de amistad, sí, ‘Beauregard’ sabe sacarse una bala del cuerpo, adivinar una estrella de shérif bajo un abrigo, sentir a un desconocido que se acerca por el bosque, acertar cual de los enemigos es el más peligroso, ha aprendido a leer los signos del mundo en el que vive, esos signos que Brett Fletcher poco a poco también va a aprender a leer.
No, poco a poco no, Brett Fletcher aprende muy rápido, el antiguo profesor resulta ser un alumno aventajado, el primero de la clase.
Aprende las reglas y también aprende cómo aprovecharlas para mandar, aprende a tener el poder y le coge gusto, como si la violencia y el poder no hubiesen sido hasta entonces algo a lo que había renunciado sino algo que le había sido negado y que ahora que le es dado no le desagrada tanto.
Entonces es cuando le viene a la cabeza esta voluntad de hacer la Historia, a medias pura subida de adrenalina después de un tiroteo, a medias pura lógica de antiguo profesor, una lógica nada pura, en realidad.
Brett aprende de ‘Beauregard’ a disparar.
‘Beauregard’ aprende de Brett a no disparar, no siempre.
Hacia el principio de la película ‘Beauregard’ le dice a Brett que él, Brett, es fuerte “aquí y aquí”, en el corazón y en la cabeza, y una y otra vez les dice a los otros miembros de su banda, “él tiene más cerebro que todos nosotros juntos”, con algo de modestia en realidad, porque Beau también es bastante listo, pero según avanza la película se podría decir que Brett se va olvidando del corazón, y al final es pura cabeza, mientras que ‘Beauregard’ va aprendiendo a usar un poco el corazón, hasta que al final, cuando Brett le dice que no existe la justicia, que la justicia no es más que la fuerza, ‘Beauregard’ le responda, “sí existe la justicia, está aquí”, y se golpea el pecho a la altura del corazón.
Y cuando ‘Beauregard’ dispare a Brett, será en un extraño plano, primero solo vemos a Brett, y entonces oímos un disparo y al caer Brett descubrimos a ‘Beauregard’ detrás, como si durante un tiempo hubiesen sido, hubiesen podido ser, el mismo, una inteligencia y un corazón compartidos, para hacer grandes cosas, eso repite Brett mientras agoniza, tenía planes, grandes planes, pero ‘Beauregard’, buen alumno del antiguo Brett, aquel que tenía mucho corazón, ‘Beauregard’, aquel que ha aprendido a no siempre disparar, de un disparo rompe la unión.
Paréntesis
Aunque quizás todo podría haber sido de otra manera, no lo sé, todo debería de ser posible en esta película en la que cada secuencia trae un giro del destino, una decisión o un azar que todo lo cambian, azares y decisiones que podrían no haber sido y que sin embargo, vistas de lejos, parecen trazar destinos de los más claros y lineales.
El azar en el que yo quiero creer, el azar que podría haber hecho que todo fuera diferente para Brett Fletcher, es esa bala que mata a la mujer a la que él ha deseado, golpeado, violado, y vaya uno a saber si querido, esa mujer que muere tras el atraco, nada más volver a Piedra de Fuego, herida ya, y en el momento en el que Brett la va a besar la cabeza de ella se va hacia atrás, sin vida, quién sabe qué habría sido de Brett Fletcher si ella hubiese sobrevivido, quién sabe qué habría sido de él si ella, al menos, hubiese vivido un segundo más, hasta ese beso que ahora se queda en el aire.
Historia de un encuentro
Al final de La resa dei conti y Corri uomo corri, las otras dos películas del Oeste de Sollima, dos hombres, Cuchillo y Jonathan Corbett en la primera, Cuchillo y Nathaniel Cassidy en la segunda, tras haber estado persiguiéndose y peleándose durante toda la película al fin se encuentran y se alían en el mismo bando, el bando justo, que es más o menos el bando del pueblo.
Y entonces, una vez que se han encontrado, una vez que han cambiado de convicciones y de bando, pueden dejar de perseguirse, pueden separarse y galopar cada cual hacia su destino.
La unión hace posible la separación.
En Faccia a faccia ‘Beauregard’ Bennet y Brett Fletcher no tardan ni media película en aliarse y a partir de entonces lo que van a hacer es ir alejándose el uno del otro y parecería entonces que esta película no repite el dibujo de las otras dos.
Pero es que en realidad detrás de ese encuentro había otro que parecía secundario y que sin embargo es aquel con el que va a terminar la película, el encuentro entre ‘Beauregard’ y Siringo, entre el bandido y el hombre de la Pinkerton, que a última hora se alían y se separan, habiendo cambiado los dos, habiendo hecho los dos aquello que les dictaba su sentido de la justicia, más allá de lo que les mandaban sus roles de bandido y de agente de la ley.
Aunque Siringo no es exactamente un agente de la ley, no es un shérif, es un hombre de la Pinkerton, un detective privado, un espía, un infiltrado (que no un traidor, ese es Zachary Shawn) con una misión que cumplir, acabar con la banda de ‘Beauregard’ Bennet, una misión que le han dado sus jefes pero que al cabo del tiempo parece que se la haya dado él mismo, tiene sus propias reglas, pretende actuar también él por debajo del umbral de la Historia, capturar a los bandidos sin tener que arrasar Piedra de Fuego.
Llegado el momento, Siringo se pone del lado de ‘Beauregard’ Bennet diciendo que el viejo ‘Beauregard’ ya no existe, ahora Beau es un hombre nuevo y por lo tanto la orden de captura que había contra el viejo Beau ya no vale, la ley, para Siringo, no puede ser castigo, la ley no debe mirar hacia el pasado, sino hacia el futuro, no hacia lo que Beau, el viejo Beau, hizo, sino hacia lo que Beau, el nuevo Beau, hará.
Historias sin nombre
Brett Fletcher, ‘Beauregard’ Bennet y Charley A. Siringo, qué nombres, qué felicidad de los nombres.
Lo primero y lo último que queda de la aventura son los nombres.
Son el primer eco, son el último recuerdo.
Con un nombre se puede imaginar todo, se puede crecer, se pueden vivir varias vidas.
Con eso jugaba Brett Fletcher cuando le inventaba una leyenda al pobre Rusty Rogers a partir de su simple nombre.
Brett Fletcher, ‘Beauregard’ Bennet y Charley A. Siringo, tres nombres para tres hombres en el umbral de la Historia, tres nombres que dan más para acabar en canciones que en los diccionarios.
Pero también están todos los sin nombre, todos aquellos que no acabarán ni en diccionarios ni en canciones, aquellos que en la película aparecen al fondo, apenas un instante, y luego desaparecen, con sus vidas, con sus historias.
Cuando Beau parte en busca de los miembros de su antigua banda, encuentra a uno de ellos protegiendo un carro de correos.
Se saludan, alegres, y el antiguo forajido, actual agente de la ley, se cambia de bando, vuelve a ser forajido.
Y no olvidan, claro, desvalijar el carro.
Más tarde, cuando ‘Beauregard’ y sus compañeros sacan el dinero de los sobres, Brett, que los acompañaba, coge uno de ellos y se interesa no solo por el dinero, también por la carta que lo acompaña, y se pone a leerla en voz alta: querido hijo, hemos vendido la casa y aquí está el dinero para ti, no te preocupes por nosotros, tu madre y yo somos lo bastante viejos y las personas viejas no necesitan mucho...
‘Beauregard’ no aguanta escucharlo, no puede escuchar, no, la historia de los sin nombre detrás de los pequeños sobres robados, ese mundo que ya no es el suyo pero que tampoco es el de sus enemigos.
Y de todos las historias y los rostros sin nombre de la película yo ahora recuerdo otro.
Es casi al final, cuando los supervivientes de la masacre de Piedra de Fuego huyen por el desierto.
La rueda de una de las carretas se parte, quedando ahí tirada.
Brett Fletcher pretende llevarse con él a una mujer rubia de mirada valiente, pero esta se niega.
En su lugar, la mujer rubia toma a un niño y se lo da a Brett, para que lo ponga a salvo.
Y cuando Brett echa a galopar llevándose al niño vemos el rostro de la madre, una mujer india, morena, recortada contra el cielo, indescifrable, aunque quizás, por un instante, se vea algo de tristeza ante la separación o ante lo inevitable.
Luego veremos caminar por el desierto a esas dos mujeres y a los otros supervivientes de la carreta, pueblo del desierto, pueblo a pie, sin caballos.
Y veremos surgir tras ellos y frente a ellos a los mercenarios a caballo.
Los veremos caer entre disparos.
Veremos a la mujer rubia correr hasta que ya no sirve para nada seguir corriendo, sabiendo que nada puede a pie y desarmada, que nada puede ante el progreso de la masacre o la masacre del progreso.
De ella, de ellos, no quedarán más que huesos en el desierto.
Un olvido
En Corri uomo corri, un oficial de la revolución mexicana lamenta que el poeta que tenía en sus manos el destino de todo el pueblo mexicano (por poeta pero sobre todo porque sabía dónde estaba escondido un tesoro) haya muerto por haberse interpuesto ante un hombre que disparaba contra una mujer en un pueblo perdido, y Cuchillo le responde que quizás para el poeta, en aquel momento, el pueblo mexicano era esa mujer.
O, como quién dice, la Historia era ella.
Brett Fletcher, cuando leía las cartas robadas, era como aquel poeta.
Brett Fletcher, cuando puso a trabajar a Piedra de Fuego, olvidó lo que sabía.
Faccia a faccia es, también, la historia de un olvido.
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