NEW HOPE FOR THE WRETCHED
por Jesús Cortés
En 2008, apenas un par de meses antes del fallecimiento del protagonista del que había sido su último film, Pola X, Guillaume Depardieu, que ampliaba el círculo de desgracias en torno a su nombre (hace poco le ha seguido su compañera Yekaterina Golubeva) y a pesar de que hacía dos años había filmado el corto de, parecía, premonitorio título, My Last Minute - donde de todas formas recordaba a todos que sólo él decidía cuando iba a callar y podía intuirse que con la consolidación de nuevos formatos y medios para rodar un film, no le costará aclimatarse - vuelve de entre los ex-niños prodigios muertos Leos Carax a ponerse tras una cámara.
Pola X, ese desdoblamiento industrial e incestuoso de la monumental Les amants du Pont-Neuf, que ni los fans de Scott Walker amaron (ni los de Bowie por mucho aroma a Lodger que la recorriese, mutando la huella del Duque Blanco presente en su cine desde Boy Meets Girl), tan fácil y equívocamente asimilable al cine de su elusivo y prestigioso amigo Sharunas Bartas, se había desangrado sin embargo críticamente al poco de estrenarse, enterrando cualquier posibilidad de devolver la confianza que ya había perdido “oficialmente” Carax ocho años antes cuando filmó la película de su vida.
Retorna Carax con el mediometraje Merde, la pieza central de Tokyo!, un absurdo film colectivo en la que lo flanquean, irónicamente después de todas las insensateces que dijeron de él, dos genuinos hypes de una década que ya no parecía la suya.
Y no empieza pidiendo precisamente permiso para que lo dejen volver al redil o probar por primera vez el sabor del corporativismo, de rodillas frente a la ciudad que le brinda la oportunidad de regresar, sino con una intrigante panorámica que abre expectativas de que algo terrorífico está a punto de suceder en la megalópolis, como en las películas de Godzilla antes de mutar, vendido al vil yen, en monstruo cívico.
Monsieur Merde, en cambio, saliendo de las alcantarillas para comer crisantemos y billetes o tirar granadas de mano a los transeúntes, un fantasma de la ópera que vive rodeado de los restos de la guerra que los nipones han olvidado que perdieron (y en ese sentido casi un antagonista del espíritu por el que cobró popularidad el gigante kaiju), los odia por todo lo que son y ni tiene educación ni la tendrá jamás.
Reflejo negativo de la pasividad y el orden, reencarnación del prisionero de Kôshikei de Oshima - al que venga en el último plano como era de recibo -, esta criatura es un involuntario héroe punk. Sin misterio, pese a parecer un hermano “descentrado” de HeWhoCannotBeNamed, sin que le divierta ser como es, por mucho que recuerde a aquel Keith Moon que se disfrazaba de oficial nazi para recorrer los barrios judíos, nada acomplejado si se le quiere asimilar a una versión deforme de Ren Honjô y parece que astuto y muy consciente de lo que hace, nada que ver con el encantador G. G. Allin.
Un ser que debe mucho más al Opale de Renoir que a The Toxic Avenger, medio siglo de anarquismo kamikaze que detona sin compasión.
Carax, tan en forma como para no transigir en nada, se las arregla con un bajo presupuesto a base de imaginación y sentido del humor. Y con un abanico de recursos admirable.
Filma por ejemplo, en un encuadre cerrado portentoso, la escena de las explosiones sin un efecto especial, en un solo travelling, pareciendo que toda la ciudad tiembla bajo sus pies. Por otro lado, desmenuza el juicio al que es sometido Merde dividiendo la pantalla en tres o cuatro partes para concentrar la acción o, cuando es necesario, amplificarla con el sencillo recurso de multiplicar la visión de la pesadilla, excrutada por miles de ojos atónitos.
Las calles, refugio de esos inadaptados decimonónicos roídos por la enfermedad que pueblan su cine, que se tiraban a ellas en busca de una vida, esta vez sirven a Carax como escenario de una venganza, una revolución nihilista, quizá porque es su único film sin una pareja, sin una razón para buscar algún tipo de equilibrio.
Libre de afectos, Merde, gozosamente indestructible, corolario - finalmente un provocador, devolviendo el reproche a plañideros y detractores envuelto en dinamita - a los chaplinescos personajes apremiados por la noche interpretados por Denis Lavant en las precedentes Mauvais sang y Les amants du Pont-Neuf, no necesita esas calles para otra cosa que no sea buscar y destruir.
VOLTAR
AO ÍNDICE
|