DOS FILMS CON STEPHEN BALDWIN
por Miguel Marías


Sorprende la escasa atención prestada en vida a John Flynn, pese a haber desarrollado su relativamente breve carrera precisamente cuando el cine americano había entrado ya en fase de decadencia y descomposición, y pocos directores podían hacerle la competencia o se acercaban a su modesta excelencia. Sin embargo, todavía hoy es probable que a muchos aficionados su nombre no les diga absolutamente nada, y que sean incapaces de evocar un sólo título de su filmografía; he comprobado que, si uno menciona alguno de los que más aprecia, casi siempre resulta que no sólo sus interlocutores los desconocen, sino que ignoran su mera existencia, incluso en los raros casos (The Outfit, Best Seller) en que gozaron de un mínimo de popularidad. Esto se hace particularmente agudo en el caso de dos de los últimos films que dirigió, interpretados ambos por un actor muy poco valorado, Stephen Baldwin, y que a mi entender se cuentan entre los mejores que hizo (o, más exactamente, que he visto, pues aún no he logrado ver ni revisar todos).

Se trata de dos películas de género más o menos policiaco, aunque de enfoques y estructuras muy diferentes, de producción modesta y más bien oscura, rodadas una en parte en Utah y la otra en el Canadá y con financiación germano-canadiense, con técnicos y actores muy poco conocidos y que sólo muy raramente se repiten (al contrario de lo que sucedía en los años 30-60), sin duda como consecuencia de la casi total desaparición del “Studio System”. Son dos películas que en modo alguno se presentan como excepcionales, aunque acaben por resultar singularmente individuales, y nada tengan de productos “de serie”, aunque, al haberse visto casi todos los generos relegados a la TV, sean de las que la crítica perezosa dominante despacha sin entrar en detalles con el despectivo calificativo de “televisivas” (curiosamente, a menudo mientras exalta y promociona múltiples series de TV mucho menos interesantes y, sobre todo, menos experta y contundentemente narradas).

Tanto Absence of the Good (1999) como Protection (2001) son muestras hoy (y ya en sus fechas respectivas) excepcionales y casi incomparables en cuanto a eficacia, concisión, economía, agilidad, profundidad y elegancia narrativa y dramática, que cuentan sin engolar el tono ni caer en el sensacionalismo barato historias sumamente interesantes y de desarrollo casi impredecible y a menudo sorprendente, a pesar de enmarcarse en subvariantes genéricas harto convencionales. Con esto no pretendo hacer de John Flynn un “original” ni un “autor” deseoso de sacudirse, solapada o violentamente, el yugo de lo convenido y esperable, sino capaz de servirse de todo ello, sin que nos moleste, para ahorrarnos prolijas explicaciones y para luego defraudar muy gratamente nuestras expectativas pasivas. Por eso no irritan las habituales subidas de volumen y de graves de la música, que anuncian un peligro o una revelación, y que al cabo de un cuarto de hora nos alertan y hacen concentrar nuestra atención, además de contribuir a que surja la tensión provocada por el ritmo, los encuadres, el decorado o los movimientos de cámara.

Absence of the Good, la más antigua y fascinante de las dos, es también la más ambiciosa, pues de ella se puede inferir una sombría y preocupada meditación sobre la presencia inexplicable del mal en el mundo y la perpetuación de los crímenes cometidos por los ya fallecidos a través de sus perdurables efectos traumáticos en los vivos. Se trata de una reflexión implícita en casi todas las películas sobre asesinos en serie, que han llegado en las últimas décadas a proliferar hasta erigirse en una especie de subgénero autónomo, pero que muy pocas veces (quizá sólo en Fritz Lang, Alfred Hitchcock y Richard Fleischer) ha resultado tan inquietante y poco efectista o pretenciosa como aquí. Protection trata, como tantas películas desde los 50 en adelante, de la incómoda vida que le espera a un “testigo protegido”, aunque se trate de caso muy particular, ya que ni el personaje de hampón “natural” interpretado aquí por Baldwin (en un estilo muy diferente del empleado en Absence of the Good para encarnar a un policía obsesivo) está arrepentido, ni ha cambiado su visión del mundo, ni es - por tanto - precisamente prudente; de hecho, ni siquiera ha cambiado de bando y si ha “traicionado” a sus antiguos cómplices o superiores declarando en su contra ha sido por puro instinto de supervivencia, en defensa propia, cuando han tratado de eliminarle.

Dos elementos comunes destacan en estas obras de madurez de Flynn, aparte de su instinto de narrador: una prodigiosa elección y dirección de actores y actrices, gracias a lo cual los personajes más episódicos adquieren presencia memorable y se definen con un par de gestos o movimientos; y un sentido del lugar como centro de atracción de residuos del pasado, latente por mucho tiempo que haya transcurrido y que en cierto modo los convierte (Absence of the Good) en espacios “hechizados” por la huella fantasmagórica e inquietantemente sensible del crimen o bien (Protection) el decorado pierde su función de raíz, al verse los protagonistas forzados a desplazarse continuamente y cambiar superficialmente de identidad (más bien de nombre, pues su pasado y sus reflejos nunca se borran). Bajo su apariencia opuesta, las dos películas de John Flynn con Stephen Baldwin son más bien complementarias, como sus protagonistas (policía y asesino a sueldo), y subterráneamente diagnostican y analizan una de las causas del “malestar americano”: la inestabilidad de su modo de vida, ese continuo movimiento que no permite arraigo ni descanso, ni pausa ni reflexión, y que unas veces deja cicatrices imborrables y otras no deja pisar suelo firme. En cualquier caso, sin un futuro claro y abierto.


 

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