THE OUTFIT
por Jesús Cortés


Desde el mismo instante en que Macklin (un Robert Duvall perfecto recién salido de The Godfather) pone en hora el reloj que le es devuelto al salir de la cárcel tras cumplir condena por robo y aún antes, en la escena del asesinato a sangre fría de quien después sabremos que era su hermano, The Outfit es un mecanismo de precisión que desafía el tiempo, las modas y las corrientes que mandaban en el thriller de los 70.

La iconografía de la América de los grandes noir que parten de los 30, los sombreros y gabardinas, los trajes y los vestidos de noche, los clubs, los coches y los métodos y medios de la policía para combatir el crimen organizado o “de supervivencia” quedaron atrás y en las exitosas Chinatown, Night Moves, Dirty Harry, Point Blank o The Long Goodbye la perspectiva se torna claramente renovadora, especialmente en lo que se refiere a elementos puramente estéticos y éticos.

Adelantándose en varios años a Michael Cimino (sobre todo por estructura respecto a Year of the Dragon, que enlazaría con Fuller, un referente común) o Clint Eastwood, John Flynn inyecta sabiduría cinematográfica, sentido del drama, del tiempo narrativo, de la dirección de actores, como si la lección más importante, la única en realidad que vale la pena ser aprendida, viniera de los grandes Fleischer de los 50 y apenas nada de las contaminaciones más o menos provechosas que trajeron los 60 hubiesen hecho mella alguna en la construcción del film.

Pareciera que Flynn se preocupara en The Outfit no sólo por un conjunto, sino muy particularmente por set pieces, tramos independientes. Bloques de granito puro, que se abren y se cierran para encadenarse en elipsis casi invisibles que le otorgan un sentido fulgurante, como si estuviese suspendida en el tiempo. De hecho, si no fuera por la mezcla de estoico revanchismo y esa expresión apesadumbrada ante lo peor que pudiera ocurrirle de Macklin, The Outfit estaría más cercana a Alan Clarke que a Don Siegel y en todo caso la aproxima más a Ulu Grosbard que a Martin Scorsese y muy poco a las corrientes abiertas más tarde por Wim Wenders.

Este especial proceder “miniaturista” y la aparición en papeles secundarios de iconos de la época dorada como Robert Ryan, Jane Greer, Richard Jaeckel, Marie Windsor o Elisha Cook Jr. podrían haber condenado a The Outfit a convertirse poco más que en un modelo a escala de esas obras que supongo asaltan la memoria al pensar sobre el papel en su argumento: The Killers y Criss Cross de Siodmak, The Killing de Kubrick, High Sierra de Walsh, Slightly Scarlet de Dwan… y westerns de Boetticher, Mann, Stuart Heisler o Jack Arnold.

Pero John Flynn, sin resultar en ningún momento revisionista y con una contención ejemplar, se atreve a transitar este vasto territorio policíaco mirando al frente y sin tener en la cabeza los resortes que estaban funcionando tan bien en los films contemporáneos antes mencionados. Esto cinematográficamente se traduce en componer en distancia (sin usar apenas el primer plano y dando siempre una importancia decisiva al equilibrio del encuadre), usar poco diálogo y nunca frases hechas ni ironías, casi nada de música (además muy poco estridente y sólo con unos pequeños apuntes funk en un par de ocasiones), no tocar el zoom y sobre todo insuflar humor y humanidad en la película en lugar de optar por seguir la tendencia más cómoda y rentable en la que derivaría por pura deformación el género: ya que los tiempos se han hecho más sofisticados, más veloces, se olvidaron los códigos morales y ya no queda espacio para los que piensan y sienten, tomemos el camino fácil y acerquemos el objetivo todo lo posible a la acción, evitemos o reduzcamos a triviales los conflictos sentimentales o de conciencia, tratemos de mostrar lo indefensos que todos podemos estar como coartada para validar cualquier atrocidad cometida, que ya no será castigada y esbozemos un infierno sin orden ni justicia que es lo que si no lo era ya, seguro que pronto se convertiría este mundo… la base de tantas películas desde entonces y hasta nueva noticia, sin recorrido, desagradables, gratuitamente violentas, atropelladas, insustanciales.

Una simple escena refleja lo alejada que está The Outfit de tantos films de su clase. Cuando Bett (Karen Black) atropella con su coche a dos tipos para evitar que disparen a Macklin y su amigo Cody (Joe Don Baker), que escapan por los pelos y en la euforia de haber salvado el pellejo, Macklin hace el ademan de abrazarla, pero ella lo aparta con el brazo, aún en estado de shock por haber hecho algo así, quién sabe si por primera vez y quizá sorprendida ella misma de haber sido capaz de tomar semejante iniciativa.

Así, lo mejor y más emotivo de The Outfit está en su parte final, cuando en dos conversaciones, una en un coche y ya al final del asalto a la casa del mafioso que encarna Robert Ryan, en una clave muy Peckinpah y con reminiscencias del Jacques Becker de Touchez pas au grisbi, sale a la luz la intensa amistad que une a Macklin con Cody - que hasta esos momentos parecía un simple mercenario sin entrañas - que quieren terminar cuanto antes con esa vida que llevan de moteles de carretera y pistolas escondidas debajo de la almohada, tal vez para empezar de nuevo, como en tantos westerns, en ese pueblo de Oregon donde “cuando nieva te cubre hasta la cabeza” del que Cody le habla con una mezcla de añoranza y utopía.


 

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